7 de julio de 2014

La información del silencio, de Álex Grijelmo

Álex Grijelmo es presidente de la Agencia EFE desde 2004. Periodista de profesión, trabajó durante años en El País, donde fue redactor jefe de diversas secciones. Durante el mandato de Grijelmo se ha creado la Fundación del Español Urgente (la Fundéu), entidad sin ánimo de lucro que tiene como principal objetivo favorecer el buen uso del idioma español en los medios de masas; y se ha aprobado además el Estatuto de la Redacción, que garantiza la independencia informativa. Por otra parte, Grijelmo es autor de diversas obras relacionadas con el periodismo y especialmente con la lengua, entre ellas El estilo del periodista (1997), Defensa apasionada del idioma español (1998), La seducción de las palabras (2000), La punta de la lengua (2004) y El genio del idioma (2004).
En La información del silencio (Cómo se miente contando hechos verdaderos), el autor desarrolla un extenso tratado sobre la transmisión de información que se produce en los intersticios entre las palabras. Grijelmo explora la forma en que se trabaja con el silencio en distintas esferas (la naturaleza, la semiótica, las artes plásticas, la música, la literatura, el cine, la imagen noticiosa, el lenguaje y la retórica), exponiendo abundantes ejemplos que sirven para apuntalar su teoría, que podría resumirse en que el silencio forma parte de la comunicación, es comunicación y transmite información. “Basta que ese silencio esté inserto en un mensaje y lo modifique. Por tanto, el mensaje omitido puede convertirse en un mensaje emitido, ya que la ausencia forma parte de la presencia”.

Grijelmo empieza recordando la teoría de Grice sobre la comunicación, una teoría basada en el principio de cooperación entre emisor y receptor. Esta cooperación se apoya a su vez en cuatro máximas de suma utilidad para la construcción de cualquier mensaje y que pueden resumirse del siguiente modo: la máxima de cantidad, lo que significa decir justo lo necesario, ni mucho ni poco; la máxima de calidad, lo que equivale a asegurarse de que la contribución sea verdadera; la máxima de relevancia, que implica que lo que se diga venga al caso; y la máxima de claridad, que consiste en evitar la ambigüedad y ser ordenado. Cuatro máximas evidentes que, por desgracia, casi siempre incumplimos.
Cabe decir, sin embargo, que el libro en mi opinión es excesivamente extenso para un público lego, y se asemeja más a una tesis doctoral que a un libro divulgativo. Resulta paradójico que en un libro dedicado precisamente a la comunicación, se incumpla la primera máxima, la de cantidad, aunque claro, todo depende del público en el que estuviera pensando el autor. Aún así, creo que hubiera valido la pena dejar de lado parte de la argumentación o de los ejemplos y escribir un libro más sencillo y claro para aspirantes a periodistas o personas interesadas en la comunicación, así como para cualquier lector de periódicos que quiera entender mejor cómo funciona la manipulación periodística para mantenerse alerta.
De hecho, se trata de una cuestión de la máxima actualidad y que se puso claramente de manifiesto a partir del movimiento del 15-M, cuando sus protagonistas desde el principio se negaron a convertirse en juguete de los medios. Cabe decir que, como bien intuye Grijelmo, nuestra desconfianza actual hacia los medios no viene dada tanto por la falsificación de los datos, ya que estos suelen ser ciertos, sino por la manera en que esos datos se articulan para alentar determinadas ideologías.
La parte del libro que más me ha interesado, personalmente, ha sido la que dedica a diferenciar entre lo veraz y lo verdadero.
Para que un discurso sea veraz, dice Grijelmo, el que lo emite debe estar convencido de su veracidad y, por lo tanto, no puede ser fuente de engaño para el que escucha. No resultaría veraz, por lo tanto, un relato de hechos verdaderos que moviese a una inferencia falsa, porque en ese caso sí se trataría de una fuente de engaño. Volviendo a “la información del silencio”, si se omiten determinados hechos, deja de producirse esa coincidencia entre lo que hay en la mente y lo que se transmite en realidad. También si se introduce información irrelevante que pueda inducir al receptor a nuevas interpretaciones, se está manipulando la información. Del mismo modo que la yuxtaposición de datos verdaderos pero sin conexión real puede provocar en el receptor conclusiones falsas, como ocurrió después del atentado del 11-M, cuando se emitió información sobre la existencia de ácido bórico en la casa de los autores del atentado, sustancia que se encuentra en muchos pisos por utilizarse para matar cucarachas, pero que fue considerada como indicio de la vinculación con ETA al publicarse en un periódico que se había encontrado también ácido bórico en una casa de miembros de esta organización.
Lo verdadero, en cambio, sí puede incluir el efecto manipulador del silencio sin dejar de ser verdadero, algo a lo que nos tienen acostumbrados, por ejemplo, las estadísticas, que siendo siempre verdaderas, miden unas determinadas cosas y no otras, por lo que no siempre hacen una descripción del mundo coincidente con la realidad.
El silencio forma parte de la comunicación, es comunicación y transmite información. “Basta que ese silencio esté inserto en un mensaje y lo modifique. Por tanto, el mensaje omitido puede convertirse en un mensaje emitido, ya que la ausencia forma parte de la presencia”. La cuarta parte de las consignas de Goebbles, nos cuenta Grijelmo, eran consignas de silencio. Y el silencio fue una herramienta clave del Comunismo como en el ejemplo que señala Grijelmo sobre Stalin, que habiendo escrito un artículo elogioso sobre Trotsky, lo suprimió de sus obras completas en 1947 y durante 27 años nadie se atreviera a citarlo.
En el periodismo, además, con el silencio se minimiza el riesgo de réplica. El cerebro receptor, dice Grijelmo, llena obligatoriamente el silencio informativo, pero los tribunales españoles no tienen codificado ese efecto.
Urge, por lo tanto, según el autor, una regulación legal –partiendo de la autorregulación a ser posible: libros de estilo y códigos deontológicos– sobre los efectos periodísticos de la insinuación, la ironía, la metáfora, el doble sentido, la alusión, el sobreentendido, etc.
“El silencio alberga a menudo el poder de la inmunidad: equivale a no hacer, y por tanto quien calla suele salir indemne”, concluye Grijelmo.

3 comentarios:

  1. Es tan buen resumen el tuyo que podríamos haberlo leído directamente en vez de embarcarnos en la lectura del libro ;-)

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  2. ¡Excelente síntesis! Después de leer este ensayo, se agradece que no contenga redundancias.

    Estoy de acuerdo contigo, pero iría más allá: tanta repetición es insoportable tanto para el profano como para el especialista, solo tiene justificación por proceder de una tesis doctoral pero, ya que Grijelmo la ha resumido, podría haberle pasado la podadora más a fondo. Me lo leí enterito y aprendí mucho pero me he desesperado lo mío. Cada contenido aparece tantas veces que casi te lo aprendes de memoria, es un manual sobre el silencio en el que no hay ni uno solo, pero además, para la pragmática lingüística, debe ser demasiado ruidoso, supongo yo.

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  3. A ver si puedo ingresar.

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