16 de febrero de 2013

Debate: "El prófugo, el perseguido, el exiliado"

Ayer celebramos nuestro encuentro sobre el tema del título. Esta vez contamos con varias caras nuevas. También estrenamos nuevo local. Quizás falló un poco la acústica, que no nos permitía oírnos bien, quizás  la longitud de la mesa hizo que acabáramos un poco disgregados.Si a ello sumamos una interrupción y muchas timideces, es posible que no fuera la tertulia perfecta. Aún así, nos lanzamos a hablar de La belleza y el infierno, de Roberto Saviano, un libro aclamado por unanimidad de la mesa y que recoge artículos sobre los más variados temas, siempre con el valiente y palpitante estilo de Saviano. Fue inevitable hablar también de Gomorra, la obra clave de este autor y la razón por la que Saviano se convirtió, como Salman Rushdie en su momento, en un perseguido. Ahora, amenazado de muerte por la Camorra napolitana, Saviano ha perdido amigos y lazos familiares, se ve obligado a convivir diariamente con cinco escoltas, ha perdido la libertad de salir a comprar un periódico, a tomar un café, a dar un paseo por la playa. ¿Qué ha obtenido a cambio? Sacar a la luz todo el entramado económico y político de la Camorra, el caldo social del que se alimenta, la intromisión de la Camorra en la política y, sobre todo, desmitificar el localismo de la mafia como un problema casi pintoresco de cierta región de Italia y hacer ver a la sociedad que se trata de un problema global, tal como explica el autor en una entrevista a El País

Hablamos también sobre El proyecto Lázaro, de Aleksandar Hemon. Ahí hubo discrepancias. Mientras que a algunos lectores les había decepcionado en cierto modo el libro y encontraban que la prosa era excesivamente plana y falta de pasión, a otros nos había deslumbrado el estilo vigoroso del autor, su ironía rayana en el cinismo y la multitud de registros que configuran la obra. La novela narra dos historias paralelas. La primera es la del aspirante a escritor Brik, residente en Chicago y casado con una neurocirujana americana, que emprende un viaje a Sarajevo para rastrear la vida de un personaje sobre el cual desea escribir, llevándose consigo a Rora, un compañero de instituto, también residente en Chicago, que le acompaña con su cámara de fotos durante todo el periplo. La segunda historia es la de ese personaje, Lázaro Averbach, judío moldavo, víctima de un pogromo, emigrado a los Estados Unidos y asesinado en Chicago en 1908 por el jefe de policía de la ciudad. La construcción de la novela, el engranaje entre las tramas, los contrapuntos de los personajes, y la exploración de las distintas formas de narrar merecen tratarse aparte en una reseña sobre el libro, pero aludiendo a nuestro tema del perseguido ¿cuántos inocentes perseguidos encontramos en esta novela? Lázaro es perseguido en su país de origen por ser judío, en Estados Unidos por ser pobre y simpatizar con los ideales de justicia defendidos por los anarquistas. Rora es perseguido por ser musulmán de nacimiento, ya que no parece que sea en modo alguno un practicante. Brik, el narrador, es el único que no sufre persecución alguna, pero es por puro azar. Lo que se observa en la novela es una difuminación de las fronteras entre la víctima y el verdugo, entre el inocente y el culpable, pues estar en uno u otro grupo no siempre depende del propio individuo. También las fronteras entre el bien y el mal se vuelven confusas, en entornos en los que lo que vale es saber jugar para poder sobrevivir, como hace Rora. Cuando leímos En defensa de la intolerancia, Zizek citaba un concepto de Kierkagaard: el de la suspensión de la ética, una noción que puede resultar muy valiosa para comprender los comportamientos de los perseguidos. El propio Saviano, en otra entrevista a El País, afirmaba: "No sé si estoy medio muerto o medio vivo. Lo que sé es que la amenaza de los Casaleses me ha convertido en peor persona". 

Y con todo y que hablamos durante horas, quedaron muchas cosas sin decir. Por ejemplo, ¿alguno de los que estábamos allí reunidos nos hemos sentido perseguidos alguna vez? ¿No conocemos casi todos a alguna persona que por alguna razón haya tenido que pasar por eso? ¿Se le apoya al perseguido? ¿O más bien al contrario, se le rechaza para evitar todo contagio? Por desgracia, yo creo que es más bien lo último lo que sucede. ¿Qué podemos hacer para librarnos de los prejuicios y acercarnos a cada individuo y a cada caso de manera abierta y receptiva? ¿No es paradójico el caso, por ejemplo, de Muñoz Molina? Él, que escribió un libro magnífico sobre la persecución de los judíos, el mejor que he leído después de Si esto es un hombre, de Primo Levi, ¿no se ve ahora acusado, incluso por destacados intelectuales, de dar un trato injusto a los palestinos al aceptar un premio por su novela? ¿No debería ser al revés? ¿No debería servir el premio y la difusión del libro en Israel para que la comunidad judía se pusiera en la piel de los perseguidos, sean de la etnia o la religión que sean?

Y aquí lo dejo, que ya está bien por hoy. Cualquier comentario será bienvenido.