30 de julio de 2012

La existencia: el debate

Hablamos mucho, como siempre, pero de otras cosas. Una tarde calurosa, el final de la semana de trabajo, llegamos apresurados, sudorosos, y aún así, preferimos la terraza y una cerveza fresquita. No parece que tengamos muchas ganas de entrar en materia, y es comprensible, porque los tiempos no están para existencialismos, y hay tantas cosas de que hablar... Hablamos del deterioro de nuestro estado del bienestar, de la disminución de nuestro poder adquisitivo, de la injusticia en el reparto de los sacrificios, de los políticos corruptos, de los banqueros sin escrúpulos, de la burbuja inmobiliaria. Hablamos, en fin, de un momento histórico en el devenir de nuestro país y, en general, de Europa, la abanderada hasta hace poco de la justicia social y de la democracia. Cuando todo se tambalea, resulta difícil preocuparse por un drama tan absurdo como el de esos niños, inquietos y asociales, de El mar, de John Banville.

Cuando por fin le hincamos el diente al libro, hubo acuerdo en cuanto a la belleza de la prosa y en cuanto a su maestría para hilvanar presente y pasado, yendo de un momento a otro de la historia de una forma fluida, sin cortes bruscos, devolviendo al ayer toda la contemporaneidad que en ocasiones adquiere el recuerdo.  

El protagonista de la historia, tras la muerte de su esposa, emprende un viaje, acompañado de su hija, al pueblo en el que pasó una parte de su infancia. Creo que a todos nos desazonó el desapego de protagonista hacia la vida, su falta de interés por su trabajo,  a pesar de haberse dedicado a escribir sobre arte, y por sus familiares (su madre, su mujer, su hija). Mencionamos, en su descargo, la apatía que genera la muerte de un ser querido.

Y de ahí pasamos ya a hablar del libro de Sartre, El existencialismo es un humanismo, y de su defensa de la responsabilidad individual. No entramos en detalles. No hablamos de si es justo atribuir a todos el mismo grado de responsabilidad, ni de si la libertad es igual para el que puede elegir entre cincuenta profesiones distintas y la del que puede elegir ir a la mina o no.  Pero sí nos gustó la idea de que nuestros actos, decididos libremente, no afectan solo a uno mismo, sino al conjunto de la sociedad. 

Bajo este nuevo prisma, encontramos en el personaje de El mar frases calcadas del libro de Sartre: "nada puede salvarnos de nosotros mismos", medita el protagonista, quizás responsabilizándose de la muerte de sus amigos, que presenció impasible. Su inacción, a la luz del libro de Sartre, se convierte en responsabilidad, y esa inacción parece ser la pauta que ha marcado su vida, una vida en la que se ha dejado llevar, dedicándose a escribir, indolentemente, una vida en lo que no parece haberse implicado en ningún momento, ni con su madre, ni con su mujer, ni con su hija. Y es tal vez esa inacción y esa falta de compromiso la que le socava por dentro.  

Atando cabos, tal vez podamos derivar de ahí un llamamiento a la acción y a la responsabilidad, a no descargar nuestra culpa en la inercia colectiva o en las imposiciones externas. Y así, entre el viaje interior al pasado y la arenga al compromiso, cerramos inconscientemente el círculo con nuestra improvisada conversación inicial.

23 de julio de 2012

El existencialismo es un humanismo, de Jean-Paul Sartre

El existencialismo es un humanismo es el texto de un conferencia impartida por Jean-Paul Sartre en París el 29 de octubre de 1945 a solicitud del club Maintenant. En ella, el filósofo intenta defenderse de la acusación de que su pensamiento desmoralizaba a los franceses en el momento en el que el país, en ruinas, más necesitado estaba de esperanza. Trata además de reconciliarse con los comunistas, que le reprochaban su cuestionamiento de la acción colectiva. En su conferencia, Sartre se sorprende de que la gente acepte mejor una novela de Zola que una suya, que le parezca menos descorazonador encontrarse con el sufrimiento y la injusticia que con el vacío o el absurdo. Se pregunta si, en el fondo, no será que lo que da más miedo de su pensamiento es que reniega del determinismo social y deja al hombre la posibilidad de ser libre. Y esa es la clave de su exposición: la defensa de la libertad del individuo.

La noción central de su discurso se basa en la idea de que “la existencia precede a la esencia”, es decir que el hombre no es, en esencia, una cosa u otra, sino que se hace en cada uno de sus actos y, cada vez que actúa, debe ejercer la libertad. Sin embargo, la idea romántica de la libertad como la capacidad de vivir sin ataduras y alcanzar la plenitud se tiñe en el pensamiento sartriano del peso de la responsabilidad. El hombre es libre, sí, pero también por ello es responsable de todos sus actos, que no solo repercuten en él, sino en el conjunto de la humanidad. Se queja Sartre de esa multitud de personas que piensan que sus actos solo les conciernen a ellos y cuando alguien les pregunta ¿y si todo el mundo hiciera lo mismo? se encogen de hombros, incapaces de asumir su responsabilidad. Cierto es, sin duda, que la responsabilidad puede convertirse en una carga difícil de sobrellevar. Frases como “el hombre está condenado a ser libre” o “nadie puede salvarnos de nosotros mismos” hacen patente ese peso que para Sartre adquiere una libertad a la que a menudo atribuimos tal vez erróneamente la cualidad de la ligereza.

Elegir no siempre es fácil. Sartre se proclama ateo y no le sirve por tanto la moral cristiana. Tampoco puede contarse con la naturaleza humana, ya que el hombre, precisamente por su libertad, no es fiable. Sartre sugiere que uno puede elegir dejándose llevar de su sentimiento. Pero aun así, “el sentimiento se define por los actos que uno realiza”, afirma, por lo que tampoco podemos recurrir a ellos para guiarnos. No queda más remedio entonces que inventar las reglas. Cada hombre ha de definir sus propios valores y seguirlos, aun a sabiendas de que no son más que una invención, sin otra existencia que la que les confiere la elección constante de cada individuo en su día a día. En ese sentido es en el que el autor declara que el existencialismo es un optimismo y una doctrina de la acción y no de la desesperanza. Frente al derrotismo que pueden inspirar los ensayos, las novelas o los textos teatrales existencialistas, el filósofo da en ese discurso una vuelta de tuerca a su doctrina y nos invita a mirar más lejos y a reinventarnos una vez abolidos todos los parámetros: una llamada a la acción y a la responsabilidad que adquiere renovada vigencia en tiempos tan inciertos como los nuestros.