15 de mayo de 2012

El mapa y el territorio, de Michel Houellebeq


El título de la novela, El mapa y el territorio, nos presenta de entrada el que podría ser el tema central de la historia: la dualidad entre la realidad y su representación. Esta dualidad que constituye la esencia del trabajo del artista, si bien de por sí enigmática, se bifurca progresivamente en nuevas disyuntivas: la representación banal (el mapa) frente a la representación artística (las fotografías de mapas que constituyen la obra de arte) y el valor intrínseco de la obra como artefacto humano frente a su valor comercial dictado por el mercado del arte.
Empieza El mapa y el territorio con una escena en la que Jed, el protagonista, está pintando el retrato de Damien Hirst y Jeff Koons. El retrato, que no logra terminar, debía titularse «Damien Hirst y Jeff Koons se reparten el mercado del arte». ¿Por qué no lo termina? ¿Por qué le cuesta tanto a Jed pintar el retrato de Jeff Koons? Jed está terminando una serie de cuadros sobre los oficios y, sin embargo, tiene dificultades con esa última pieza: la del artista. Y, mientras Damien Hirst destila en su obra una constante pulsión de muerte, para Jeff Koons el mundo está formado por objetos tan estúpidos como divertidos, y con su aspecto de representante de comercio y su sonrisa bobalicona, crea obras en equipo que alcanzan cotas astronómicas, un tipo de artista que Jed no logra asimilar.
Este es el hilo conductor de la novela, que desarrolla a partir de ahí una indagación sobre el oficio del artista, y más concretamente sobre su función en un mundo que cambia velozmente, en el que los oficios nacen y mueren, en el que primero la producción industrial y más tarde la globalización y el capitalismo salvaje deshumanizan al hombre y le arrebatan toda esperanza de alcanzar su inevitable aspiración a dotar de sentido a su vida.
Después de esa primera escena, el narrador, un posible biógrafo que nos habla desde el futuro, nos cuenta la historia de Jed. Nos habla de su infancia, del suicidio de su madre, de la relación distante que mantiene con su padre, de sus primeras incursiones artísticas. Poco a poco  el narrador nos va sumergiendo en el mundo de Jed, hasta el punto de que no sabemos si atribuir las constantes reflexiones que encontramos al narrador, a Jed o incluso al propio autor.
Tras unos primeros escarceos con cuadros de diversos productos industriales, Jed empieza a hacer fotografías de mapas Michelin y es a partir de ahí cuando despega su carrera profesional. Gracias a la joven y bella Olga, la empresa Michelin se convierte en su patrocinadora y consigue que sus cuadros se conviertan en piezas cotizadas. El artista, que no ha actuado con premeditación, pero que tampoco se plantea ninguna duda al respecto, se convierte así en hombre-anuncio, en la imagen institucional de una empresa y, a cambio, obtiene dinero y, sobre todo, fama.
Pero el mercantilismo patente en la novela no se reduce al arte, sino a todo lo humano. El amor se compra y se vende, así como también la muerte, y nada hay más desolador en la novela que la visita a la clínica Dignitas de Zúrich, adonde acude su padre para que se le practique la eutanasia.
Quizá la parte más chocante de la novela es la tercera, en la que de pronto Jed se ve inmerso en un macabro asesinato. Hay que decir que Houellebeq se revela como un talentoso escritor de novela negra y la narración se vuelve más ágil e intrigante si cabe. Pero ¿es eso lo que quiere? ¿se trata de un guiño a la literatura comercial? ¿quiere mostrarnos que es fácil escribir ese tipo de historias? Es curioso, no obstante, que el policía encargado del caso sea el personaje más humano y entrañable de la novela, el único que mantiene una relación estable con una mujer a la que ama, el único que parece encontrar un sentido a lo que hace.
En un principio, y vistas las reflexiones que el autor invita a hacer, el lector puede imaginar que el asesinato va a ser una denuncia de ese arte truculento de la famosa exposición de cadáveres «Bodies» o del propio Hirst. Pero la narración toma otros derroteros. De pronto se resuelve el caso, el narrador desprecia su significación y pasa a escribir el epílogo de la novela donde, también sorprendentemente, nos encontramos con una Francia feliz que ha logrado sobrevivir a la era industrial y al capitalismo, y una recreación artística del tópico medieval de la danza de la muerte, que nos recuerda que sean cuales sean nuestros afanes, al final todo se reduce a nada.
Si bien sumamente intelectual y reflexiva, con sus personajes solitarios y estoicos, casi autistas, no cabe reprochar la falta de sentimientos a una obra que insiste en la deshumanización y en la veleidad de toda industria humana. Una novela clarividente, que ilumina zonas oscuras de nuestra época no para aclararnos nada, sino para acrecentar nuestro desconcierto: sin haber comprendido aún el lugar del hombre en la era de la producción industrial, donde el trabajo de cada individuo es solo una parte de una cadena y el obrero no participa en el producto final, hemos pasado a la era de un capitalismo delirante, donde la producción tiene lugar lejos de nuestros países, donde nada sabemos sobre esos procesos y nuestro papel se limita a ponerles precio, dejando a la vez que esa omnipresencia del mercado se apodere ya no solo de los productos industriales, sino de nuestras propias vidas, de nuestros sentimientos, de nuestras relaciones e incluso de nuestra muerte. Una era nueva, que todavía no somos plenamente capaces de comprender ni por lo tanto de reducir y domesticar para que se adapte a las necesidades del hombre antes de que este sucumba a su inercia aniquiladora.
El ideario artístico de Jed, el protagonista, es hacer una “descripción objetiva del mundo”, y no se dice que eso no es posible, que cualquier descripción, sea el medio que sea el que se utilice, es subjetiva. Sin embargo, quizás pueda considerarse como descripción objetiva aquella en la que el artista sea capaz de plasmar la realidad tal como la percibe, sin falsearla. Ese es probablemente el ideario de Houellebeq, contarnos lo que ve, tal como él lo ve, sin dejarse influir por los críticos, por el valor de mercado de su obra, ni por las infinitas opiniones positivas y negativas de su público. Y yo, sinceramente, creo que lo consigue.

Reseña recomendada: El mapa y el territorio

1 comentario:

  1. Para mí, en el podium del año pasado, sin duda.

    Franzen y él, ex aequo

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